Caso 1


"No importa lo que tenga que hacer. Me voy a morir, pero voy a tener mi documento”. Malvina era indocumentada hasta no hace mucho tiempo. Esta joven- por cierto, argentina- vive en La Cava, del partido de San Isidro de la provincia de Buenos Aires, desde el día que nació, hace 28 años.

Aprendió a vivir durante más de dos décadas sin tener una identidad reconocida por el Estado y, por sobre todas las cosas, intentó -sin éxito- frenar las puertas que se le cerraban, casi mutilándole la nariz.

La vida de la protagonista de este relato no es un caso aislado, aunque así parezca. Es la realidad de casi de 500 mil argentinos que jamás fueron anotados en el Registro Nacional de las Personas (RENAPER). Nacieron y se criaron en el país, la misma tierra los vio crecer, pero no son reconocidos como argentinos.

Malvina, un tanto tímida pese a su necesidad casi auto imperativa de contar su vivencia, decidió modificar este aspecto de su vida que -inevitablemente- influyó en el resto de sus oportunidades. “Tenía miedo”, aseguró sobre su condición de indocumentada. Siempre lo reconocía lejos de la cámara que registraba su testimonio y al borde de las lágrimas, aunque cuando se activaba el “REC” intentaba hacer de este sentir, algo más sutil y sagaz.

Cuando a los 17 años quedó embarazada, empezó los trámites para conseguir su Documento Nacional de Identidad. “Tuve que parar igual porque era menor y mi mamá falleció, y mi papá no estaba”, relató. Pero su historia recién comenzaba. A los 21, finalmente pudo seguir con el “papeleo” que le duró casi seis años. “Estaba sola cuando me dieron mi primer documento, no lo podía creer. Estaba feliz”, se encargó de remarcar cuando a la cronista -aún inocente en el tema- le costaba entender las secuelas emocionales que le había ocasionado la ausencia de la libreta.

Vera no conoce otra provincia y menos otro país. Hoy, con identidad en mano, quiere viajar “adónde sea”. “Total nunca fui a ningún lado”, aseguró, con una sonrisa envalentonada, casi sin recordar que estuvo ausente en su viaje de egresados sólo por ser indocumentada.

Además de los destinos turísticos a los que jamás viajó, Malvina tampoco pudo hacer su secundaria y ni siquiera asentar una denuncia policial cuando un caso de extrema necesidad lo urgía. Menos pudo aspirar a un trabajo en blanco o a acceder a una atención médica especializada. “En la Maternidad, cuando fui a tener a mi bebé, me atendieron…pero no sé por qué todavía”, aclaró, y calló. Se resguardó en silencio mientras su rostro iba perdiendo la algarabía que le imponía su relato. Revisitaba, casi sin querer, ese período de clandestinidad absoluta que todavía la hiere.

“Una vez alguien me dijo que si me pasaba algo en la calle, nadie me iba a reclamar. Y tenía razón: si te morís y no tenés documentos, te tiran ahí…a un costadito…si no sos nadie”, acotó.

Por eso, apenas nació su bebé lo primero que hizo fue anotarlo. Sus tres hermanos tampoco tienen documento y no se preocupan por conseguirlo. Con sus sobrinos pasó igual. “Recién de grandecitos se lo hicieron”, señaló.

Pese a su reciente identidad legal y a la facilidad con la que podría gestionar de nuevo el documento si lo extravía, Malvina sólo sale a la calle con la fotocopia. “Pasa que el que lo tiene, no lo valora. Es así, nadie sabe lo que es no tener documento y yo no lo quiero perder”, concluyó.

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